Capítulo 3: El Concilio de un Querer Sempiterno
El Concilio de un Querer Sempiterno
Autor: Vanessa Sosa
Gloria de mi corazón, ese de marchitadas delicias, que embarca mis embrujados sigilos, allí en el querer, aspiro a sólo encontrarte.
Gloria de mi corazón, este de marchitadas delicias, que embarca mis embrujados sigilos, allí en el querer, aspiro a sólo encontrarte.
Gloria de mi corazón, aquel de marchitadas delicias, que embarca mis embrujados sigilos, allí en el querer, aspiro a sólo encontrarte.
Amansado, tocado en lo encarecido, ese obnubilario de pecaminosos arcoíris. Tus canicas son mis rezos. Eclipses gemelos que derrocan a las dadoras de cicatrices, que, como tú, no perduran más allá de lo silvestre, esas vírgenes que aguardan el matizar de un rastro del aroma de tus pupilas. El claroscuro se cierne sobre tus desvanecidos concilios; se maniobran sempiternas querellas, y yo, ante el templo al que pertenece mi espíritu, eyaculo al monarca entre baladas de burbujas de cristales y meteoros de puñales de ese hierro de bizarro macizo. Ese que permite un dialogado encuentro. Entre nosotros dos.
Cantar desde el diafragma es mi caída; contemplar el universo conocido con dual porte de portales de visión es mi sentencia. Bailo. Me agito. Nazco. Muero. Me amo. Es suficiente para ambos el rendirse a la muerte, de esos templos horadados por el augurio de la realidad. Dime, doncella caballero, ¿acaso no confeccionas al halago de mis dualidades de ojos de lentos temples?; se esgrimen en el ideal de la historia sin final, mañanas de esta presteza irreal del ocaso de los ríos que son suficientes para soñarte. Caligrafía de durmientes telares. Principios y tardes astutas presentan mis respetos a tus ojos. La dualidad del eco; el pánfilo suspiro a los céfiros del pensamiento. El pensar del que vibra y esgrime un sol y una luna en un vals de luz y sombra, sombra y luz.
Mis ojos son el abono a las estrellas de tu nombre. Una oda al especiado dios que soy. Mis ojos son el abono a las estrellas de tu nombre. Una oda al especiado dios que soy. Mis ojos son el abono a las estrellas de tu nombre. Una oda al especiado dios que soy. Mis ojos son el abono a las estrellas de tu nombre. Una oda al especiado dios que soy. Mis ojos son el abono a las estrellas de tu nombre. Una oda al especiado dios que soy.
Esta princesa mecánica es tu nombre olvidado. El que tus labios cuarteados susurran en el por el honor de mis memorias de adamaris, me dices. Es un eco de enarbolados firmamentos, ya orillados a lo futuro que es el no ser sólo una solariega fantasía creada a base de maíz o barro consagrado. Este dodecaedro universal sólo ofrece esas penurias que no vislumbro con el arropo de mis dedos. Presteza de venas rosas. Un pálido velo de médulas en el que los creyentes, para nuestra suerte, para tú suerte, para las mías ofrecieron canelas de cenizas y novias de huesos en el primer ritual confeccionado a la entereza de mi nombre.
A la veintena de estos astros a los que sacrificaron, esos templos en los que solíamos soñar, son los héroes de este pecado original que se edifica. Rápidos para la hechura de esos cuentos, historias, mitos y leyendas de encantadoras vivificadas. Ecos del aciago Destino, en el que nos tornamos, y turnamos, una mudes originalidad.
Una falsa sonrisa es un mirlo de espuma de ardorosa tinta; entenderla no sólo a ella es el amanecer y atardecer de mis cobijados sesos. Humillo al principado de los templos que, para nuestra suerte, son sometidos a las llamaradas de un consciente Amor. ¿Qué nos queda musa de mis entrañas? Enfrentamos a estos rotos, estudiados y desequilibrados sin hogar, sin alas que desconocen el pastar del regente de este mundo de sumarias madres. Porque auguran extraviados los dominios de los fallos de sus ojos, del fabricante de lágrimas al que someto a mis dominios. Historial enhebrado entre aprehensiones de augustos novenarios y rutas de esos rezos al magnánimo que no falla por más que exista entre nosotros: el naranja del hielo, la sonrosada nieve y mi tafetán de violáceas primaveras.
Las quemaduras de ilusiones son reales y les denuncian a la tierra de los camposantos fragmentos estas luces de bengala, que caen desde el firmamento unificado. Lo tornan tumba del antumbra a esos insectos de matices de sidéreo legado, ese manifestado entre sonidos. Eco de ecos de imperios olvidados de carne. Labradas están por voces de los que anuncian la decadencia de los espíritus de esta sangre y altares a la que somete para construir un sueño nuevo. Deja a mi existencia sangrar, como sangra ese falso dios al que le rezas, me dices, esgrimes con susurro de campanillas de oro, plata y bronce. El claroscuro de mis ojos aborde el corte de un cordero, una vaca y un carnero de los valles del silencio. Pero, ¿no son esos los palacios del futuro que serán anunciados sólo a ellos, en tu nombre, tan sólo para dar el cambio victorioso a las memorias del futuro pasado?
Este destiempo es el pasado del presente, es la memoria de futuros inmolados que son los que brotan de la fértil tierra. Amansada por la prole y la progenie que renace justo de ese risco de brunas rosas y eléboros de sanguinolenta usanza.
Mis ojos son una orquestada faena en la que participas, como su mayor libertadora de cadenas, y yo, como su dios de nuevo rostro. Mis ojos son una orquestada faena en la que participas, como su mayor libertadora de cadenas, y yo, como su dios de nuevo rostro. Mis ojos son una orquestada faena en la que participas, como su mayor libertadora de cadenas, y yo, como su dios de nuevo rostro. Mis ojos son una orquestada faena en la que participas, como su mayor libertadora de cadenas, y yo, como su dios de nuevo rostro. Mis ojos son una orquestada faena en la que participas, como su mayor libertadora de cadenas, y yo, como su dios de nuevo rostro.
Como una genética de génesis descubierta, ante las orillas del río de la vida. Soy la espada de hierro de maciza oscuridad, durmiente pirómano de templos, en el que reconstruimos el nombre verdadero de la vida. La que la mismísima muerte convocó para soñarse despierta. Cautiva ora horadada vesania, ora al verso de la sempiterna nocturna del querer, clama ante el altar de mi nombre, el nombre secreto que se me ha dado. Otorgado por el suburbio de exorcismos de carnaval chimeneas de anhelos. Encuentros de infantes; unificados somos uno, en esta guerra sin sentido, sin los principados primitivos.
Tan sólo somos el amatorio rito primigenio de otra era de cambios y anhelos de juguetes de madera condenados a morir como una inocencia de ideas de las brumas un incendio de escindido de auroras. Así la gloria de mi corazón, esa de marchitadas delicias, embarca mis embrujados sigilos, en el que el querer, aspira a sólo encontrarte, y, por mis ojos fue que ardió la supra consciencia.