La luna de la niebla

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Capitulo 2: El árbol del vampiro

Relatos de terror de la luna de la niebla

El árbol del vampiro

 

 

 

 

Desde hace años, tomo mi turno nocturno en el Panteón de Belén, donde las almas del pasado se mezclan con las leyendas de la ciudad. Soy un guardia de seguridad de 45 años, acostumbrado a las sombras y a los susurros que parecen emanar de cada rincón de Guadalajara.

 

 

 Aquella noche de luna llena, entre la medianoche y las 3 a.m., sentía en mis huesos que algo extraordinario estaba a punto de suceder. La penumbra dibujaba siluetas inusuales y la calma del lugar se transformaba lentamente en un terror gótico que me helaba la sangre.

 

 

 

Caminaba por los senderos que bordean el panteón cuando noté, a lo lejos, la silueta de un imponente árbol. No era un árbol común: sus ramas retorcidas se elevaban hacia el cielo como brazos suplicantes y su tronco parecía tener cicatrices profundas, surcadas por el tiempo y el destino.

 

 

 

 Era conocido entre los lugareños como “el árbol del vampiro”, una leyenda que emergía de las horas oscuras de la historia de Guadalajara. Se decía que en sus entrañas se escondían secretos de un ser que caminaba entre la penumbra, un vampiro de porte aristocrático, vestido con un traje negro impecable y rasgos tan pálidos y refinados, que contrastaban con la violencia de la noche.

 

 

 

 

Avancé con cautela, mis pasos resonando en la tierra húmeda y en silencio para no interrumpir el misticismo del ambiente. El aire estaba impregnado de un hedor a tierra mojada y a humedad, mezclado con un mejor recuerdo a cera de velas, una reminiscencia de antiguas ceremonias y ofrendas que se hacían en honor a los difuntos.

 

 

 

 Recuerdo haber oído hablar de rituales en el Panteón de Belén en voz baja durante mi infancia, cuando los mayores contaban historias de espíritus y de la protección de los antepasados.

 

 

 

 

Fue en ese instante cuando, casi sin querer, un grupo de turistas apareció junto a mí. Eran jóvenes curiosos, ansiosos por experimentar la macabra atmósfera del panteón en una noche tan emblemática. Uno de ellos, con voz temblorosa, rompió el silencio:

“Señor, ¿es cierto que aquí se esconde el árbol del vampiro? Mi abuelo me contaba historias sobre un vampiro de mirada penetrante que merodea en estas noches.”

 

 

 

 

Con una sonrisa que no lograba disipar mi inquietud, respondí:

“Sí, es cierto, pero tengan cuidado. Cada leyenda tiene su raíz en la realidad, y el árbol que ven frente a ustedes es la materialización de antiguas creencias. Cuentan que en noches de luna llena, aquel que se atreva a enfrentarlo podrá ver más allá de lo mortal.”

 

 

 

 

Continué mi recorrido, sintiendo como la atmósfera se tornaba cada vez más opresiva. El árbol, majestuoso y siniestro, parecía observar cada uno de mis movimientos. Sus hojas, con un leve brillo plateado, se movían al compás de una brisa fantasmagórica. De repente, el ambiente se llenó de un murmullo sutil, como si la propia tierra hablara en lenguas olvidadas.

 

 

 

 

 

Fue entonces cuando lo vi. A pocos metros del árbol, emergiendo de las sombras, aparecía una figura altiva. Su porte era impecable: alto, con vestimenta negra que contrastaba con su piel pálida y sus rasgos aristocráticos, parecía surgido de un lienzo del romanticismo gótico. Mis ojos, incrédulos, se encontraron con los suyos, y por un instante, el tiempo pareció detenerse.

 

 

 

 

La figura habló con una voz baja y melódica, que resonó en el silencio nocturno:

“He esperado mucho tiempo para encontrar a aquel que conoce la verdad de estos confines. ¿Eres tú el guardián que vela este lugar?”

Mi corazón latía con fuerza, pero respondí con la firmeza que mi oficio demandaba:

“Sí, soy yo. Mi nombre ya no importa, pero mi deber es preservar la historia y los secretos de este sitio. ¿Quién eres para desafiar a la noche?”

 

 

 

 

La respuesta fue un silencio cargado de misterio. Observé cómo la figura se acercaba, su sombra extendiéndose siniestramente detrás de él, fusionándose con el manto oscuro del panteón. A cada paso, parecía evocar la melancolía de épocas pasadas y el dolor de almas olvidadas.

 

 

 

Los turistas, ajenos al peligro inminente, murmuraban entre ellos, incapaces de comprender la magnitud del encuentro. Otra voz, esta vez de una turista que parecía más asustada que fascinada, intervino:

 

 

 

 

“Disculpe, señor, ¿qué sucede? ¿Podemos ayudar en algo? ¡Esto es demasiado espeluznante para ser cierto!”

Con un tono tranquilo pero firme, les contesté:

“No se acerquen. Algunos secretos en esta noche están destinados únicamente a los elegidos. Mi labor es proteger este lugar, y ustedes deben respetar sus límites.”

 

 

 

 

Pero mis palabras parecían quedar en el aire, mientras la figura del vampiro continuaba su avance hacia mí. La tensión se apoderó de la noche cuando, de repente, se escuchó un crujido ensordecedor bajo mis pies y el murmullo del viento se tornó en un lamento espectral. El árbol, testigo silente de tantas noches y leyendas, parecía cobrar vida, sus ramas se agitaban con tal violencia que era imposible no atribuirlo al despertar de antiguos poderes.

 

 

 

 

 

 

La figura se detuvo junto al árbol y, con una mirada que oscilaba entre la melancolía y la furia, dijo:

“El árbol es mi guardián y mi crónica. Cada cicatriz en su corteza narra una historia de amor, traición y redención, y tú, guardián, has sido testigo de tantos.”

Sin embargo, mi mente se debatía: ¿era posible que aquello no fuera la manifestación de un ser mitológico, sino solo el eco de un sueño perturbador? La sensación de irrealidad crecía en mi interior, como si las fronteras entre la vigilia y el sueño se desvanecieran en esa noche.

 

 

 

 

De repente, el ambiente se volvió casi sobrenatural. La calma regresó brevemente mientras el vampiro se inclinaba hacia el árbol, susurrándole palabras antiguas y prohibidas. En ese instante, una nueva voz emergió de entre los turistas, esta vez con un tono tembloroso y resignado:

“¿Será que nunca estaremos a salvo en este mundo? Cada leyenda cobra vida y cada sombra esconde un destino sin retorno…”

Respondí con mezcla de determinación y temor:

“Las leyendas son la forma en que recordamos a los que se han ido. Pero también, a veces, son advertencias. Hoy, enfrentamos una advertencia que no sabíamos esperar.”

 

 

 

 

La tensión volvió a apoderarse del ambiente cuando, sin previo aviso, la figura del vampiro se disolvió en la negrura, dejando tras de sí un silencio denso y perturbador. El árbol, ahora solitario, parecía respirar con un ritmo ancestral. Los turistas se miraron entre sí, incapaces de procesar lo que habían presenciado, y algunos incluso comenzaron a murmurar bajito que todo era fruto de mi imaginación, pero yo sabía lo que había visto.

 

 

 

 

Mientras avanzaba de regreso a la oficina de vigilancia, mi mente se debatía entre la certeza del horror vivido y la posibilidad descabellada de que todo fuese un sueño. Cada paso retumbaba con un eco de irrealidad, y el fulgor de la luna llena parecía recordarme que, a veces, la verdad se oculta en los rincones de lo imposible.

 

 

 

 

 

Al llegar a la reja del panteón, una última conversación se desató entre los turistas, quienes, aún temblorosos, insistían en que debíamos relatar lo ocurrido:

“¿Podría contarnos más sobre el árbol y las leyendas que lo rodean? Tenemos curiosidad y, a pesar del terror, no podemos apartar la mirada. ¡Queremos entender!”

Respondí, con la voz cargada de pesar y resignación:

“Lo que vi esta noche no es solo una parte de la leyenda, sino también un recordatorio de que la oscuridad guarda secretos que pueden destruir o salvar. ¿Será que lo vivido fue real… o solo el eco de un sueño interminable?”

Mientras me perdía en la inmensidad de la noche, tan solo quedaban preguntas sin respuesta.

 

 

 

 

 

 

 El árbol, testigo centenario, seguía allí, con sus ramas acechantes y su aura de misterio, y el recuerdo del vampiro persistía en cada sombra. Con el corazón acelerado y la mente en un constante vaivén entre la vigilia y el sueño, comprendí que aquellos minutos entre medianoche y las 3 de la madrugada habían dejado una marca indeleble en mi existencia.

 

 

 

 

Aquella noche de luna llena se disipó lentamente, dejando tras de sí la duda: ¿fue todo un sueño para un hombre cansado, o realmente había enfrentado a un ser cuya historia se entrelaza con las leyendas del Panteón de Belén y del árbol del vampiro? La respuesta se perdió en el eco del viento, mientras las sombras volvían a abrazar la ciudad y las leyendas aguardaban su próxima oportunidad de cobrar vida.

 

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